Esta tendencia ha afectado incluso a la astronomía, una disciplina rigurosa basada en la observación. En este contexto, pseudociencias como la astrología construyen afirmaciones sobre bases inestables.
La diferencia entre astrología y astronomía es clara: mientras la primera ofrece interpretaciones ambiguas y amplias, la segunda se fundamenta en el método empírico y la evidencia contrastable. Un ejemplo sencillo lo ilustra: la astrología puede afirmar que la Luna está en Tauro un día, pero la observación astronómica revela que se encuentra en Aries.
Esta contradicción evidente, entre muchas otras, invita a reflexionar sobre la tendencia social a aceptar acríticamente ciertas creencias, mientras se exige certeza absoluta a la astronomía. ¿Qué revela esta desigual demanda de pruebas?
¿Qué implicaciones tiene para nuestra sociedad el creciente número de personas que delegan la responsabilidad de sus actos a la influencia de cuerpos celestes distantes, interpretados a menudo de forma imprecisa y subjetiva?
Como señaló el renombrado astrónomo Carl Sagan en su influyente obra de divulgación de 1995: "El encanto de la pseudociencia es obvio. Apela a la emoción, no a la razón. Parece ofrecer respuestas sencillas a preguntas complejas. Explota nuestras inseguridades, nuestros anhelos".