¿Quién observó una araña trabajando a la luz de la Luna?

Por Esteban J. Andrada

La Luna ha sido una presencia constante en todas las culturas humanas. Desde tiempos inmemoriales, su ciclo regular y sus fases cambiantes han servido de guía fundamental para medir ciclos, predecir las estaciones y organizar la vida en nuestro planeta.

Entendiendo a dichas culturas, no es de extrañar que la Luna haya sido adorada y venerada por su inmutable ciclo y su apariencia perfecta. Durante siglos, la idea de perfección y la pureza celestial rondó alrededor de ella.

Sin embargo, fue Galileo Galilei en su libro Sidereus Nuncius quien mencionó el espectáculo de observar la Luna a través del telescopio. Al contrario de lo que se creía, la Luna poseía innumerables detalles en cada noche, a medida que la fase lunar transcurría en el mes.


La araña de Kepler y las observaciones de Galileo

El astrónomo Johannes Kepler no solo observaba el cielo al parecer. Existe una anécdota popular que dice que en una carta a Galileo, Kepler describió haber observado a una araña tejiendo su telaraña a la luz de una Luna llena
Este relato, aunque es un relato popular y no sabemos con certeza si ocurrió realmente, sirve de ejemplo como al entrelazar la observación del cielo con los paisajes terrestres, encontramos sutilezas, bellezas y orden en la naturaleza. Son precisamente estas experiencias las que demuestran cómo el cielo y la Tierra se conectan de formas sutiles.


La belleza del cielo y de la Tierra se conjugan constantemente, simplemente hay que observar las sutiles formas en que la naturaleza nos muestra dicha belleza


Como comentamos en el inicio, desde el comienzo de la civilización, el cielo nocturno ha estado presente en todas las culturas. Ha servido no solo para la veneración, sino también como una guía crucial para calcular el tiempo y las estaciones. Durante la Edad Media, el concepto predominante de la Luna era de perfección, pureza y divinidad. Se creía que su superficie era perfectamente lisa y sin defectos, un ideal celeste inmutable.

Sin embargo, esta visión cambió drásticamente gracias a las innovaciones de Galileo Galilei. En su revolucionario libro, "Sidereus Nuncius", Galileo describió el asombroso espectáculo de observar la Luna a través de su telescopio. 

Sus observaciones revelaron una verdad sorprendente: la superficie lunar no era lisa en absoluto, sino que estaba llena de cráteres, valles y montañas, similar a la Tierra. Demostró que cada noche, a medida que la fase lunar cambiaba, la Luna ofrecía innumerables detalles que desafiaban la creencia de su perfección inalterable. 

La revelación de una superficie irregular podía ser una verdad incomoda para las creencias de aquel momento, porque entre muchas formas de pensar, había una creencia en el universo perfectamente diseñado, en base a la geometría perfecta.

Citando de nuevo a Johannes Kepler, podemos notar que le costó aceptar el modelo de las órbitas elípticas porque estaba profundamente arraigado en la creencia, compartida por la mayoría de los astrónomos de su época, de que las órbitas de los planetas debían ser círculos perfectos. Kepler escribió con gran pena sobre este hallazgo diciendo:  "con esos ocho minutos de arco, he abierto un camino para el futuro de la astronomía". 

El legado de Johannes Kepler es un testimonio de la valentía científica. Poniendo la dura evidencia por encima de sus propias creencias, tuvo el coraje de abandonar la idea de las órbitas circulares perfectas, un dogma de su época.

Fue este desafío lo que finalmente lo llevó a descubrir las órbitas elípticas, con el Sol en uno de los focos. Al hacerlo, no solo derribó un pilar del pensamiento antiguo, sino que también sentó las bases de uno de los principios fundamentales de la astronomía moderna.

Esta historia que inicia con un simple relato de una araña, nos recuerda que existe una profunda armonía que conecta el cielo y la Tierra. Las leyes físicas, ya sea que rijan el movimiento de los planetas o los detalles más pequeños de la naturaleza, es una invitación constante, siempre vigente, para descubrir por nosotros mismos cada faceta de esta grandiosidad. Esos detalles están siempre presentes, esperando ser percibidos.




El mejor telescopio es el que más se usa

Por Esteban J. Andrada

Cuando hablamos sobre instrumental con el público en general, siempre escuchamos la idea de que un “telescopio grande” es sinónimo de profesionalismo o de astronomía avanzada. Este pensamiento es muy habitual en el imaginario popular. 

En la teoría parece que esta afirmación parece tener validez, un telescopio más grande es mejor, ya que una mayor apertura capta más luz y ofrece una mejor resolución. Sin embargo, en la práctica, las cosas pueden cambiar. Hay al menos tres factores claves que pueden hacer que un telescopio pequeño sea la mejor opción para la observación.

En primer lugar, al inicio del articulo tenemos un mito bastante extendido: que con un instrumento pequeño no se puede hacer una observación seria. Existen muchos aficionados en el mundo que han colaborado incluso con binoculares al seguimiento de estrellas variables o cometas, solo para citar un ejemplo.

Lamentablemente, también algunos lejos de la utilidad observacional, se obstinan en comprar grandes telescopios con el objetivo mostrar o impresionar. Es cierto, un telescopio grande puede ser impactante, pero al mismo tiempo, pueden ser una decepción, aún más para el principiante. [1]

El título de esta publicación contiene una cita del conocido astrónomo amateur americano llamado Jack Newton que decía “Con el paso en la experiencia amateur, todos podemos entender que el mejor telescopio es el que más se usa”.

Esa frase en mi caso personal me obligo a revisar el equipamiento, y es una verdad basada en la experiencia. El gran tamaño y peso de un equipo puede convertirse en un obstáculo. Si montar y desmontar un telescopio de 60 kilos en el jardín o terraza es una tarea tediosa, es muy probable que termine guardado a los pocos usos. Un telescopio más pequeño es más fácil de transportar y usar con frecuencia, lo que aumenta las posibilidades de disfrutar de la afición.

Cada observador debe medir algunas variables antes de comprar un telescopio, y razonar sobre la utilidad real que puede tener un telescopio


Adaptación al "seeing"

El "seeing" no se refiere a un cielo despejado, sino a la estabilidad de la atmósfera. La atmosfera tiene capas con diferentes temperaturas y densidades que se mueven, generando turbulencia o interferencia hacia todo lo que vemos a través de ella.

Un telescopio de gran apertura capta más luz, es cierto, pero también más turbulencia. En noches con mal "seeing", la imagen será borrosa y poco definida, los planetas no mostraran detalles en su superficie. En cambio, un telescopio pequeño capta menos luz, pero también menos turbulencia. [2]

 

Aclimatación térmica

Los telescopios, deben estar a la misma temperatura que el aire circundante. Un telescopio grande tiene una gran masa y tarda mucho más en enfriarse. Si se traslada de un lugar cálido a una noche fría, los espejos calientes emiten calor que crea turbulencia dentro del tubo, distorsionando y desenfocando la imagen. Un telescopio pequeño, con menos masa, se enfría rápidamente, permitiendo una visión clara casi de inmediato.

 


Los pequeños telescopios de buena calidad óptica nos permiten observar muchísimos objetos y disfrutar distendidamente del cielo: El factor clave es el seeing


Un telescopio para cada ritmo de vida

Si el observador tiene tiempo para observar un par de veces al mes, invertir en un telescopio gigante podría no ser lo más sensato. El proceso de armar y desarmar un equipo pesado puede volverse tedioso, consumir tiempo y recursos, y todo esto con el tiempo tendrá un efecto causal: que se pierda las ganas de usarlo y se pierda la satisfacción de la astronomía. Al final, ese hermoso y poderoso telescopio podría terminar como tantos telescopios que hay en el mundo, como un molesto adorno en la esquina del living, juntando polvo.

La realidad es que, durante el transcurso de la vida, y no fundamentos solamente en la teoría, sino haciendo un balance entre teoría y práctica, la mayoría de los aficionados encuentra más satisfacción en un equipo más pequeño y de buena calidad. Su facilidad de uso y transporte nos ayuda a sacarlo más a menudo, asegurando que se disfrute de la astronomía, en vez que sea una afición pesada y poco disfrutable. [3]

 

NOTA

[1] El telescopio no determina la calidad de un astrónomo amateur, como menciona el texto, incluso existen grandes descubrimientos realizados ¡con binoculares!

[2] No debemos olvidar otras variables que perjudican en la observación, como la contaminación lumínica y la polución ambiental. 

[3] Algunos aficionados optan por montar un observatorio casero. En dicho caso, seria prudente realizar la misma reflexión sobre el potencial uso del observatorio, el tiempo libre que dispongamos y el presupuesto en mantenimiento para la cúpula o techo deslizable. También, deberíamos poner en la balanza el factor geográfico (ciudad o espacio rural) con la calidad de cielo en el sitio y las noches despejadas al año que dispone el sitio.